Hacia una
reconfiguración de prácticas educativas
“Él o ella no tiene el mismo cuerpo, la
misma esperanza de vida, no se comunica
más de la misma manera, no percibe ya el
mismo mundo, no vive en la misma
naturaleza, ya no habita el mismo espacio.
(...) él o ella conoce de otra manera”.
Serres (2014, p. 8).
Los constantes
cambios de este comienzo de siglo nos encuentran a los docentes envueltos en un
proceso de transformación que está afectando distintos órdenes de la vida. Estas
transformaciones requieren de nuestra adaptación, no sólo por una cuestión de
supervivencia en el medio, sino porque nuestra tarea implica al otro: el
par, el estudiante, el futuro colega, nuestros hijos, las generaciones del
futuro. La transformación que se está dando “está afectando a la manera en que
nos organizamos, cómo trabajamos, cómo nos relacionamos y cómo aprendemos”.
(Marcelo García, 2001, p. 532).
Nuestro trabajo se
ve alterado en muchos sentidos: surgen innovaciones que podrían dar otra
dirección a la tarea áulica, existen cambios en los roles como los hemos
conocido tradicionales, ha cambiado el lugar que ocupa el conocimiento en
nuestra sociedad y, sumado a esto, han cambiado también las expectativas y lo
que se pretende del futuro profesional, entre otros. Resulta imperioso comenzar
a conjugar esta corriente de cambio con nuestro quehacer, intentar resolver
nuevos interrogantes educativos y adentrarnos en una reconfiguración de nuestra
docencia.
Para comprender lo
que motiva nuestro interés en explorar nuevas prácticas educativas, debemos, en
primera instancia, intentar definir el contexto que nos rodea y el horizonte
hacia donde nos dirigimos.